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Dra. Isabel de Dios, un mes en Grecia con el programa S.O.S. refugiados

Isabel de Dios es médico de Atención Primaria en el CAP Borrell. Ella y la enfermera María Ortega, del mismo centro, se fueron a Grecia como voluntarias para atender a los refugiados a través del programa de cooperación S.O.S. Refugiados en el que participan profesionales de CAPSBE, del Hospital Clínic y Sant Joan de Déu.

Quizás sus pacientes notaron su ausencia durante el mes de abril, pero otros compañeros hicieron un esfuerzo para mantener la normalidad de la agenda del centro durante su estancia en Lesbos. S.O.S. Refugiados es un proyecto en equipo, no sólo participan las personas que se desplazan, sino también los otros compañeros que las cubren desde Barcelona.

Isabel nos cuenta su experiencia:

¿Por qué decidiste ir? ¿Tenías experiencia en el mundo de la cooperación?

Siempre había tenido ganas de hacer cooperación. Una compañera, que sabía mis intenciones, me explicó el proyecto. Y ahora que estoy cerca de la jubilación, vi la oportunidad. Además, contaba con la seguridad de hacerlo a través de la empresa.

 ¿Cuál era tu misión en Grecia?

Nos fuimos del 29 de marzo al 27 de abril y fuimos a Mitilene, la capital de Lesbos. Allí estuvimos atendiendo a la gente que está instalada en pisos, apartamentos o habitaciones de hotel. A estos lugares van porque por alguna circunstancia especial son más vulnerables: tienen niños, han pasado por el hospital...

No fuimos a primera línea, donde llegan los barcos y las pateras. Allí estaba la gente más joven, nosotros estuvimos con refugiados que ya había pasado un paso previo.

¿Como era la atención a los pacientes? ¿Encontraste enfermedades prevalentes?

Encontramos un equipo médico que ya estaba en funcionamiento, formado por un médico serbio y dos enfermeras griegas que trabajaban para Waha, la ONG que, junto con ACNUR, coordina la cooperación allí. Nos dividimos la zona de actuación en dos equipos y visitábamos a la gente dos veces por semana. Íbamos de puerta a puerta. A veces, lo que necesitaban sólo era un poco de atención personal.

Uno de los problemas que encontramos con más frecuencia fueron las caries y los flemones. La gente se quejaba de dolores inespecíficos, probablemente somatizaciones. Y también encontramos enfermedades crónicas y problemas de salud mental.

¿Pudiste ir a algún campo de refugiados?

Nosotros estábamos allí identificados con una tarea concreta. Pero como teníamos ganas de conocer un poco más el tema y como se estaba llevando, un día nos dirigimos a MSF. Ellos trabajan en los campos de refugiados y en salud mental. Preguntamos si había posibilidades de ir a uno de los campos pero el acceso está cerrado.

En Lesbos hay dos campos: un muy cerca, a dos kilómetros de la capital y otro a 10 km. La gente se movía de aquí para allá, a pie o en autobús, porque tenían que hacer allí trámites administrativos.

¿Qué dificultades te encontraste?

Uno de los problemas, que comunicamos a la coordinadora, era el seguimiento de pacientes. No tuvimos un traspaso de pacientes, por ejemplo. Si una persona quería ser atendida le hacíamos una ficha con su nombre y su procedencia.

Otro handicap fue no saber suficiente inglés para poder hacer todas las preguntas que quería. Y quizás, también la falta de experiencia sobre cómo funcionan las ONGs sobre el terreno.

De aquí hemos sacado un aprendizaje. Fue importante que antes de irnos hiciéramos algo de formación con nuestra coordinadora, Ethel Sequeira, del Hospital Clínic, y con gente con experiencia en salud internacional del Centro de Salud Internacional Drassanes.

¿Qué necesidades viste?

Esta gente no está más enferma que nosotros. Efectivamente necesitan médicos, pero también abogados, porque lo que quieren es llegar a la condición de refugiados, y hacer cumplir las leyes. Nosotros aquí no podíamos ayudar. Pero tengo que decir que vimos abogados por la zona.

Los dinamizadores sociales también son necesarios. Allí la gente está en tierra de nadie. Seguramente pasando por su proceso de duelo y sin ver mucho su futuro. A veces encontrábamos mujeres que estaban en la cama. Y cuando los preguntábamos el motivo nos decían que no sabían qué hacer, que no tenían nada que hacer. Un chico al que estuvimos visitando toda una semana nos preguntó: "¿Vosotros creéis que algún día podré ser libre, podré viajar como hacéis vosotros?".

Había casas de jóvenes que podían tener educadores y gente que los acompañaba, pero había otra gente que no tenía nada. Los niños, cuando se agrupan entre ellos se relacionan y se integran a través del juego. Pero no los adultos. Estuvimos en pisos que se compartían entre diferentes familias donde cada uno vivía en su habitación. Debe de haber un poco de tiempo y de franqueza para poner en común entre ellos de dónde vienes, qué esperas...

¿Qué te sorprendió más?

Una de las cosas que más me sorprendió fue ver que la gente que estaba allí iba más allá del conflicto de Siria. Esto es una ola migratoria. Conocimos sirios, pero también muchos afganos. Además, había muchas nacionalidades africanas: de Etiopía, de Costa de Marfil, de Costa de Marfil, Congo ...

Cómo ha cambiado tu visión respecto a la crisis de los refugiados?

Ya me imaginaba la complejidad del tema, pero fui consciente. Hay gente que lo está pasando muy mal.

Vi que nuestra ayuda era mínima, casi personal. Podías haber resuelto aquella infección, o dar la mano a aquel que estaba triste porque le habían negado la condición de refugiado y hablar un poco.

También he podido entender las contradicciones. Antes hacía la lectura de que Grecia era un país que estaba en una situación muy difícil y que tenía que gestionar un conflicto muy complicado. Pero curiosamente el hecho de que lleguen refugiados también les está aportando cosas. Porque se están alquilando plazas hoteleras, apartamentos que antes estaban vacíos, se están comprando medicamentos en el país... y alguien está pagando estas cosas. La señora que nos prestaba la casa donde vivimos estaba convencida de que Grecia está poniendo allí su economía.

¿Qué has aprendido de esta experiencia?

No lo sé muy bien. Sé que he vivido, y que la experiencia, que ha sido poca cosa, para mí ha tenido un valor muy importante.

¿Qué he aprendido? Que podríamos ser nosotros. Que eran gente como nosotros. También que, sin embargo, menos mal que hay gente que se preocupa. En nuestro país hay mucha gente que está movilizada pidiendo al gobierno que acoja a la gente que tiene que acoger.

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© CAPs Les Corts · Casanova · Comte Borrell · Fecha de actualización: 25/08/2017